Dicen que aquello que está prohibido nos resulta automáticamente deseable. Es como una especie de reacción en nuestro cerebro, en la que queremos conseguir aquello que no podemos, aunque antes no nos habíamos fijado en ello. Funciona de manera simple, por ejemplo, cuando un niño está jugando con un juguete, y nosotros le quitamos otro, al que no prestaba atención. Automáticamente, el crío exigirá que se lo devolvamos, porque considera que debe tenerlo, aunque luego no le haga ni caso. Esa especie de deseo prohibido se puede trasladar a prácticamente cualquier cosa en nuestra vida cotidiana. Nos prohíben escribir en las redes sociales, y en ese momento todo el mundo se lanza a utilizar su libertad de expresión. Nos censuran un videojuego, y se vuelve uno de los más comprados solo por el apoyo de la gente. En estos casos, el concepto de prohibición también supone una limitación de la libertad, un proceso que se viene dando desde hace tiempo y ante el que muchos se enfrentan de manera frontal.
La prostitución, por ejemplo, está prohibida en muchos países del mundo, especialmente en África y Asia, donde la religión islámica es más fuerte. También en Norteamérica y Europa, donde el cristianismo tiene una visión muy sesgada y moralista sobre el seso. Las trabajadoras sexuales, sin embargo, han conseguido subsistir incluso en aquellos países donde son perseguidas, gracias a diferentes tapaderas y trucos. Porque lo que está claro es que prohibiendo algo no acabas con ello, solo lo llevas a un nuevo nivel, tal vez fuera de la vista pública, donde además será más peligrosa. Ha ocurrido y sigue ocurriendo con las drogas, y pasa lo mismo con el sexo de pago. Los países donde la prostitución es ilegal asumen que no van a poder acabar con ella, porque la demanda masculina siempre será más fuerte que esa prohibición. Y si hay demanda, hay oferta, de mujeres que se ven abocadas a este oficio por pura necesidad, o de aquellas que desean probar cosas nuevas en lo que al sexo se refiere. A lo largo de la historia, estas prohibiciones han dado lugar a situaciones en las que la prostitución debía esconderse en locales habituales, para pasar desapercibida.
Un oficio muy antiguo
Siempre se ha dicho que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo, aunque este punto no está demostrado históricamente. Lo que sí podemos asegurar es que los primeros registros de intercambio de sexo por bienes, servicios o dinero si son tremendamente antiguos. En la propia Biblia ya aparecen algunas historias de trabajadoras sexuales, aunque por mucho que nos insistan luego, María de Magdala nunca fue una de ellas. Este oficio ha sobrevivido a guerras, hambrunas, desastres naturales y todo tipo de crisis, incluyendo la propia pandemia de la que todavía estamos saliendo. Con un bagaje así, parece bastante inocente pensar que la simple prohibición de este trabajo terminaría con él. Las prostitutas siguen sobreviviendo, como lo han hecho siempre, buscando la manera de llegar hasta los clientes.
Tabernas y posadas
En los tiempos más antiguos, las tabernas no eran solo bares de la época donde comer y beber, sino auténticos centros de reunión para los caballeros y viajeros. Las tabernas ofrecían buena lumbre para despejarnos del frío, manjares para recobrar fuerzas, e incluso también un poco de diversión si tenías dinero suficiente para pagar a esa prostituta que te ponía ojitos desde la otra punta del local. Allí llegaban forasteros desde todos los puntos del mundo, y tras una larga travesía, lo que más les apetecía era comer y beber, además de pasar un rato divertido con una mujer, tal vez después de muchos días de viaje. Por eso las prostitutas se instalaban en algunas posadas y tabernas, ofreciendo sus servicios en aquellos lugares.
Las posadas contaban no solo con un gran bar en su parte inferior, sino también con numerosos dormitorios en la zona de arriba, donde poder disfrutar de un buen descanso… o de algo mucho mejor. Las chicas ofrecían sus servicios aparte del propio alquiler de la habitación, así que era un trato bastante beneficioso también para el posadero. Los clientes quedaban convencidos por las chicas para alquilar la noche en el dormitorio, y el posadero ganaba de esa forma una venta que tal vez no habría salido de otra manera. Por eso, estas tabernas siempre fueron un hervidero de prostitutas, casi como auténticos burdeles encubiertos en la época.
Cabarets y clubes de caballeros
Cuando la Edad Media quedó atrás y la Edad Moderna comenzó a despojarnos de ese oscurantismo, las cosas cambiaron mucho. Aun así, el sexo seguía siendo un tabú tan importante que los primeros locales picantes todavía tardarían un poco más en aparecer. La época dorada de aquellos clubes llegó a finales del siglo XIX en toda Europa, con París como capital del deseo y el morbo mundial. Los cabarets se hicieron muy populares por sus espectáculos cachondos, con danzas muy sensuales y comedia picante. A ellos acudían los pintores, artistas y bohemios, casi enamorados de ese ambiente algo sórdido que comenzaba a fraguarse.
Aquellos lugares se expandieron por todo el mundo, adaptándose a las condiciones de cada región. Tal vez el cabaret como tal no triunfaría en Estados Unidos, pero sí los club es nocturnos para caballeros, donde había actuaciones de jazz, por ejemplo. Allí donde hay muchos hombres con dinero hay prostitutas, esa es una ley no escrita que se sigue manteniendo hasta hoy. Por eso las chicas sabían que acudir a estos locales podía ser una buena forma de encontrar clientes, hasta que los dueños también se dieron cuenta del negocio y quisieron sacar tajada. Muchos clubes de este tipo se convirtieron en prostíbulos clandestinos, ante la prohibición de estos servicios en muchos países. Contaban con cuartos dedicados solo al sexo, normalmente en las plantas superiores, y eran sitios discretos donde los clientes se sentían muy cómodos.
Salones de belleza, pubs y bares de carretera
En las últimas décadas, tras pasar la moda de los cabarets, los locales se han tenido que reinventar, especialmente aquellos que proponen algo más que una copa. La prostitución se ha desperdigado en otros negocios, como salones de belleza, que suelen funcionar como tapaderas habituales para este tipo de oficios. Los bares de carretera son también muy populares en este sentido, recuperando ese espíritu de las posadas antiguas en los caminos. La mayoría de chicas, sin embargo, ya trabajan por su cuenta a estas alturas, encontrando a sus clientes a través de Internet, de una forma más directa y discreta. Gracias a ello, las tapaderas de locales de alterne ya están empezando a caer en desuso, porque ahora lo que hay son pisos de citas.